1963 es el año en que Kennedy pronunció esa famosa frase ('Yo también soy berlinés') en un discurso conmemorativo del decimoquinto aniversario del bloqueo de Berlín.
El mismo año, seguramente provocado por el mismo angelito, el Reichstag ardió en llamas misteriosamente, y a partir de ahí Hitler dispuso de plenos poderes para acallar a sus críticos. Celebraron un juicio en el que acusaron a un comunista de provocar el incendio como señal para desencadenar un golpe de estado (vaya, algo discreto), y éste fue condenado a muerte.
1945 es el año en que se suicidó Hitler, según la teoría aceptada hasta hoy. Digo hasta hoy, porque precisamente hoy se ha hecho público el estudio de una investigadora que dice que el cráneo que encontraron no es el de Hitler, sino el de una mujer de 40 años. Si lo hizo, fue en un búnker situado cerca de la puerta de Brandenburgo, junto a Eva Braun y su perro, al que no pudo ver morir. Vaya, un tío sensible.
Ahora, sobre el búnker, hay un parking de tierra, un mísero cartel con 5 fotos y un contenedor de reciclaje de ropa y zapatos. Lo dicho, a esta gente le hace falta una buena ley de memoria histórica. O no, porque en la calle de enfrente se encuentra el Monumento a los judíos de Europa asesinados.
20.000 son, aproximadamente, los libros que quemaron los miembros de las SA (camisas pardas) y las Juventudes Hitlerianas, siguiendo las instrucciones del (bienvenido, de nuevo) angelito Goebbels, en la Bebelplatz, justo enfrente de la Universidad Humboldt. En recuerdo, en el suelo de la plaza hay una losa de cristal a través de la cual se ven unas estanterías vacías y una inscripción: ‘Eso sólo fue un preludio, ahí en donde se queman libros, se terminan quemando también personas’, pronunciada por Heinrich Heine en 1817. Un visionario, vaya. Y una de las instalaciones conmemorativas más impresionantes que he visto nunca. Justo enfrente, como para fastidiar, había un puesto callejero de venta de libros. Justicia poética.
j.