La mala leche

- Jueves, 16:45h., calle Diputación.

Un coche circula despacio, porque busca una dirección, pero no la encuentra. El conductor mira a los lados, revisa un papel, '¿es aquí? Ah, no, más adelante'. La furgoneta que va detrás, en consecuencia, frena, acelera, espera pacientemente. Pero no así el coche que lleva detrás, que hace sonar el claxon, frena apurando e insulta sin sentido. Cada vez más nervioso. Intenta adelantar, pero el carril de al lado está ocupado. Asoma el morro, pero nada.

Finalmente el coche que ralentizaba todo encuentra la dirección, entra en un parking y deja el carril libre. El coche de detrás, mientras tanto, ha conseguido adelantar y, con un volantazo, ha vuelto al carril del principio, y ahora tiene detrás a la furgoneta. El conductor no ha visto al coche que iba lento, y culpa de todos sus males (si perder diez segundos se puede considerar un mal) al conductor de la furgoneta.

Mientras espera en el semáforo, se dedica a mirar por el retrovisor al conductor de la furgoneta, mientras dice en voz alta: "Hijo de puta, me cago en tu puta madre, gilipollas". El conductor de la furgoneta le ve, repite sus palabras (porque es curioso que, con la cantidad de insultos que existen, los favoritos de todos sean los mismos cuatro), y entre uno y otro se van calentando.

A este cruce de deseos y recuerdos, comienzan a unir gestos, movimientos de brazos, mentones hacia arriba y el siempre infalible '¿Qué, qué pasa?'.

Por suerte, el semáforo se pone en verde, y los dos recuerdan que tenían prisa, y salen quemando rueda.

Y me pregunto yo: y toda esa mala leche que llevan encima, ¿es de ahora o la venían guardando de otros semáforos, de otras furgonetas, de otros coches? ¿Qué pasará en el siguiente semáforo? ¿Y qué harán con ella? ¿La acumulan y luego la descargan cuando llegan a casa? "País", que diría Forges.

j.