miércoles, 7 de octubre de 2009

Ich bin ein berliner (2)

1 vez me creí capaz de hacer algo que no sé. Y si no sé en Barcelona, ¿por qué iba a saber en Berlín? El segundo día se nos ocurrió alquilar una bicicleta. Todo el mundo nos lo había recomendado, el día anterior habíamos comprobado por la ciudad que es algo mayoritario, que se puede hacer sin peligro, y el día era propicio para ello. Teníamos pensado visitar el Tiergarten, un parque de 210 hectáreas de superfície, y recorrer algunas de las calles kilométricas que los soviéticos tuvieron a bien repartir por Berlín. Algunas, de hasta 2 km. de largo.

(una vista de la Karl-Marx allee)

Pero cuando ya estábamos lo suficientemente lejos como para volver, el sillín de Susie dijo basta y comenzó a tambalearse para que aquello fuera más duro que subir el Tourmalet. Decidimos buscar algún puesto de alquiler de bicicletas para que nos dejaran una llave inglesa con la cual ajustar el sillín. Pero... Manolete, si no sabes torear pa’qué te metes!! Creyendo saber lo que hacía, desatornillé el sillín entero, el tubo que lo sujetaba se metió en uno más grande... y se atascó!! Ahora ya no necesitábamos sólo una llave inglesa, sino alguna herramienta más que ni siquiera sé cómo se llama. Y en el puesto de alquiler de bicicletas no tenían nada que pudiera servirnos. ‘Buscad algún taller’, nos dijeron.

Pero ¿para qué quiere uno herramientas teniendo vascos? Susie avistó unos chicos con el mismo modelo de bicicleta que nosotros, se ajustó el escote y fue a preguntarles si tenían un juego de herramientas. No, pero tenían unos dedos como salchichas que sirvieron para sacar el tubo completamente. Yo, que ya me había retirado a un segundo plano para no torpedear la estrategia de Susie, me empequeñecí y mire mis dedos cuidados, con sus uñas limpias y bien cortadas. Volvimos sobre nuestros pasos, para seguir desde donde Manolete había metido la pata, y decidimos conformarnos con un sillín tambaleante.

Hasta que los adoquines se interpusieron en nuestro camino. Y de repente, el sillín volvió a ceder. Ahí sí, tuvimos suerte: estábamos en la calle con más talleres de toda Alemania. Un amable mecánico alemán (sí, existen) arregló todos nuestros apaños, y ajustó el sillín. El problema fue que confundió a Susie con Heidi Klum, y puso el sillín a la altura de sus hombros, y encima inclinado. Manolete purgó sus pecados cambiando la bici con Susie, y llegó a casa, horas después, más contento que el alcalde de Berlín tras una noche en el Love Parade.

Lo dicho: una y no más.

j.

2 comentarios:

  1. Anónimo Perindongo7 de octubre de 2009, 16:34

    Jajajaja, que grande! Muy bien explicado, sí señor!

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  2. Perindongo, ¿me imaginas en situación, no? Fue la única nota negativa del viaje...
    j.

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